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Entre el orgullo y la desilusión: algunos contrastes de México

Nacer en determinado lugar es una de esas cosas que uno no elige. Es algo que solo nos pasa. Es cosa del destino. Y fue él, el destino, quien quiso que naciera en México, donde el pasado 15 de septiembre se conmemoró el 214 aniversario de nuestra independencia. Entre la algarabía del festejo, la comida y los bailes, pensé que hay muchos motivos para sentirse orgullosa de ser mexicana, aunque también hay cosas que desilusionan.  

México es uno de los países con más diversidad natural del mundo. Cuenta con playas paradisíacas, desiertos, montañas, selvas tropicales y volcanes. La diversidad en flora y fauna es asombrosa y esto es motivo de orgullo. En contraste, hay muchas especies en peligro de extinción. ¿Qué puede esperar el simpático ajolote si el águila real, que está representada en nuestro escudo nacional, también está en peligro de desaparecer?  

La comida mexicana es considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Platillos como las chalupas, el mole, el pozole y la cochinita pibil, solo por mencionar algunos, no solo son deliciosos, sino que también representan siglos de historia y tradiciones culinarias. Sin embargo, cada vez hay más comercios que ofrecen hamburguesas o pizzas, y abundan los carritos de hot dogs y hot cakes.  

 México tiene una historia que incluye civilizaciones antiguas como los aztecas, mayas y olmecas, cuya influencia aún es evidente en la arquitectura, la gastronomía, las lenguas indígenas y las costumbres. Contamos con una de las siete maravillas del mundo moderno y es un país lleno de tradiciones. Entre las más hermosas está la capacidad de honrar a la muerte para celebrar la vida. La festividad del día de muertos es una de las tradiciones más queridas y representativas porque evoca la memoria de nuestros seres queridos de una manera colorida y llena de amor. En contraste, los centros comerciales están llenos de calabazas y disfraces de fantasmas y personajes demoniacos.  

 La historia mexicana está llena de momentos y personajes que han moldeado un fuerte sentido de identidad nacional. Pensando en la independencia, figuras históricas como Miguel Hidalgo, José María Morelos y Josefa Ortiz de Domínguez, representan la búsqueda de libertad, la equidad y una sociedad más justa. Además, muchos mexicanos destacan en diversos ámbitos, por ejemplo: Sor Juana Inés de la Cruz, Rosario Castellanos, José Alfredo Jiménez, Guillermo del Toro o Raúl González. Sin embargo, México también es el país de personajes que en nada abonan al orgullo mexicano como el Chapo Guzmán, Ismael Zambada, Juana Barraza, “La mata viejitas” o el sádico Raúl Osiel Marroquín.

 Pese a los malos ejemplos anteriores, los mexicanos nos caracterizamos porque sabemos ser solidarios en tiempos difíciles. Ejemplo de esto son los movimientos de apoyo comunitario que surgieron durante los terremotos de 1985 y 2017, donde la sociedad se unió de forma ejemplar para ayudar a los más afectados. En contraste, también encontramos rapiña si se vuelca un camión cargado de lo que sea.

 La riqueza cultural de México, su historia, sus tradiciones, la gastronomía, la diversidad natural y la solidaridad de su gente, son motivo de orgullo y no puede evitarse el impacto social o cultural de la globalización. Tampoco puede negarse el machismo, el racismo o los feminicidios, entre otras cosas. Desde luego los hechos y personajes aquí mencionados revelan mis aprecios y mis desilusiones (con excepción de la comida) y a pesar de todo, sigo creyendo que México es un lugar maravilloso, forjado por hombres y mujeres valiosos en el día a día.  México está lleno de contrastes y contradicciones, como la vida misma, y tiene muchas cosas para sentir orgullo, pero también desilusión. En nosotros está detenernos a mirar lo malo para identificarlo y poderlo transformar.  

María Guadalupe Hernández Chávez es la autora de la columna Entre el orgullo y la desilusión: algunos contrastes de México.
María Guadalupe Hernández Chávez, académica de la Ibero Puebla. credit: Ibero

 La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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