Ibero Puebla

Académicos Ibero

Carta a un padre encantado con la democracia

Dentro de la Licenciatura de Ciencias Políticas e Innovación Democrática, las y los estudiantes del curso Teoría de la Democracia realizamos una carta como uno de los productos de evaluación, inspirada en la obra Cartas a una joven desencantada con la democracia de José Woldenberg. El ejercicio consistió en argumentar la postura de encanto o desencanto con la democracia según el sentir y la percepción de cada estudiante. La persona destinataria podía tratarse de un o una representante popular, un o una familiar, o el propio autor del libro referido. La siguiente carta es redactada a un padre de familia e ilustra el desencanto con el estado de la democracia mexicana debido al auge de la violencia política.

El otro día me platicabas que te habían llamado para chambear en un proyecto de innovación y modernización agraria en el estado, y me fue inevitable recordar las intenciones que en algún punto tuviste de meterte a la política municipal. Entonces decidí que hoy es buen día para escribirte sobre eso. Sé que casi siempre rechazo inmediatamente cualquier idea que salga de tu boca. Aunque debo disculpas por ello, y ahora que lo pienso nada justifica mis groserías, también me parece importante explicarte confiadamente mis razones de negación.

Para empezar, recuerdo muy bien tu iniciativa de formar parte del comité ciudadano de la delegación -cuyo nombre nunca mejoraron, si me preguntas-. La intención era buena y el acercamiento con la gente para escuchar su voz y ser su altavoz me pareció clave. La verdad, me sentía a gusto contigo porque siento que esa es la esencia de la democracia. La democracia en sí me parece maravillosa.

No puedo decir que la democracia sea avariciosa, violenta o cualquier otro adjetivo negativo. En realidad, me parece que la forma en la que está pensada, la extensa pluralidad y voluntad colectiva a la que desea apuntar es muestra de nuestro amor y la solidaridad como humanidad. Es que es justo lo que dice Vallès, a quien seguro reconoces por el libro ¿Para qué sirven los politólogos? (y agregaría politólogas), y que me viste leyendo antes de encaminarme al estudio de este vaivén conflictivo nunca predecible que gusta de autonombrarse Licenciatura en Ciencias Políticas. Espero lo recuerdes, porque sabiamente este hombre escribe en otro de sus libros: “La política es, ante todo, una de las formas –y no la menos importante– de la conducta humana”.

Ya me dirás tú que el autor está pensando quizás no en la manera más inteligente de obrar, pero sí en la manera más unificadora y armoniosa de decidir. Creo que ya estoy divagando, pero deja te lo escribo claro: el hecho de que la participación activa y la escucha colectiva sea el eje de la democracia refleja la insistencia y naturaleza de la humanidad por hallarse unida e integradora. Entonces sí, ¡claro que estoy fascinada con la democracia! Qué fruto, qué apunte, qué amor se expresa en estas pequeñas o grandes asambleas donde el dolor de la gente no pasa indiferente. Qué cosas con esta democracia que nos permite aprender del pasado si es que colectivamente erramos. Qué gracia y qué fortuna la de tener posibilidades de participación. Qué alegría la de saber que la humanidad misma se permite vivir en armonía.

Pero fíjate que a pesar de esta emoción que de momento siento, de pronto también pienso que no vale la pena persistir en vida en este país de Estado, dicen, democrático. Y este pesar se lo debo a autores como Sartori, otro autor a quien hemos estudiado y que chance reconozcas. Este pensador arremete contra mi alegría con la democracia. Él va y explícitamente la presenta como un régimen ético-político que puede ser evaluado desde estándares de calidad basado en concepciones normativas e idílicas. Y aquí no quiero dejar pasar la oportunidad de verme reflejada en él, buscando no más que el nivel óptimo de cada uno de los sistemas que nos rodean. Es entonces cuando, la verdad, decaigo un poco.

Déjame contarte un secreto, uno de esos que reservo para las noches donde la frustración me ataca y me encuentro pasmada, lenta, cansada. La incertidumbre rebasa mi lógica y la desposesión comienza: mi cuerpo se desvanece, se pausa, se aleja. Actúo sin consciencia y con la desesperanza de nunca recobrarla. Entonces, mi alma se nubla, me quedo perdida y me arrullo en la soledad que comparto con alguna esquina de la casa. Déjame contarte que, aunque quizás esté exagerando un poco, la verdad es que a diario me siento aturdida por la rapidez de tanta gente. Que no dejo de pensar en la muerte de cientos de dirigentes. Que me desespera la indiferencia de quien miente. Que me abate la desaparición de miles de inocentes. Que no soy capaz de asimilar la violencia de mi presente, y que mientras más lo medito en mi intimidad más rehúsa soy a pensar que esto va a detenerse algún día.

Si tuviera que decirlo, por supuesto que estoy maravillada con la democracia, pero no estoy conforme con la vida que tenemos dentro de lo que ahora hemos nombrado “democracia”. Quizás se deba a que no hemos llegado a una etapa de democratización efectiva. Comprendo que los esfuerzos para su consolidación han sido infinitos, y hasta ahora todavía me cuesta procesar el que nosotros y nosotras podamos participar como observadores u observadoras electorales. Que sí, que comprendo este ánimo de participación. Pero también comprendo que este ánimo no ha sido ni suficiente ni efectivo, porque de ser así no sólo un tercio de la población creería que la democracia sea preferible. Creo, por lógica, que el número sería más alto. Lo máximo que hemos alcanzado, diría Cesar Cansino, es una liberalización política que, además, es violenta.

Entonces, ¿podríamos asumir que vivimos en democracia igualitaria cuando se presentan 10 asesinatos de mujeres a diario? ¿Podríamos asumir que vivimos en democracia pluralista cuando, a unas semanas de ser aprobada la reforma para el reconocimiento de las comunidades indígenas, las mismas comunidades son atacadas por el crimen organizado y el Estado resalta por su ausencia? ¿Podríamos asumir que vivimos en democracia justa cuando más de 30 candidatos o candidatas fueron asesinadas en este último año? ¿Podríamos asumir que vivimos en democracia libre cuando en los últimos 24 años se han matado a más de 167 periodistas?

No sé tú, pero yo no creo que vivamos en esta democracia que me hace sentir alegre. Vivimos en una democracia que causa miedo, desconfianza e incertidumbre.

En fin, la verdad es que no quiero llegar a la casa. Como te confesaba al inicio –y eso ya es mucho–, vivo consternada y asediada por los conflictos de nuestros días. Habitar en casa ya no me relaja, sino que, por alguna razón, incrementa mi aflicción. No estoy esperando tu muerte y espero que no te llegue pronto, pero bien sabemos que estos conflictos se volverán más míos que tuyos. Más míos porque me tocará presenciarlos y soportarlos por más tiempo y fortaleza que tú. Más de nosotros y nosotras, los y las jóvenes, porque somos la herencia de la violencia ya descontrolada. Habitamos y habitaremos en el país que de violento escala a desconfiado, y en donde resulta que de cada 10 personas que conozcamos, solo en tres habremos de confiar.

Ante todo esto, sin embargo –y yo sé que de pronto puedo ser hasta contradictoria–, me nuestro esperanzada. Yo pienso en una democracia donde los deseos de quienes acaparan las riquezas no se aumenten. Pienso en una democracia donde la violencia no sea la resolución de los conflictos. Me permito pensar en esperanzas porque sé que la incipiente búsqueda de un territorio más humano es posible, pues de no haber tenido la intención de participar y escuchar colectivamente y de manera pacífica, simplemente no hubiéramos creado la idea de nuestra ansiada democracia.

Te estima, tu hija.

Carta a un padre encantado con la democracia es un texto de Norma Paulina Romero López.
Norma Paulina Romero López, académica de la Ibero y autora de “Carta a un padre encantado con la democracia”. credit: Ibero